trigésimo sexto desahogo porque hay que vivirlo todo
Published by desahogandome under on 2:16:00 p. m.Despierto asustado y algo no cuadra: no es frío mi sudor sino ardiente. Creí soñar un sueño imperfecto en medio de la perfección y supe que era distinto: vislumbre tu mirada como una pesadilla garantizada, abrazado a mi almohada. Y mi voz se secaba.
Mi sombra en la ducha mientras mis narices recorren cada poro de tu piel por saber si sudas o sufres. Te retratas con tu aroma perfecto de alcoholes muertos, mientras ronroneas y rumias la hierba de anoche y puedo recorrer serenamente tu belleza. Mi sombra está lista y parte alejada del gozo hacia el mundo oscuro y perverso que habitamos sin vivir presentes, ni en el presente nuestro lejano. La parte de mi que se eriza sigue contigo y despierta.
Mi iris en tus pupilas ocultas como un mundo desnudo; olvido el placer e intento alcanzarte en el preciso instante que abres tus ojos de mujer secreta, la que eres y nadie contempla. La que ni yo mismo conozco como sabes de mí. Y me miras, sonríes. ¡No quiero conocer tus deseos, no me lo pongas tan difícil! Te imploro.
Tras aquella noche de sexo pactado con la perfección humana, la sonrisa y el morbo, con un profundo sentimiento de culpa por los orgasmos que nunca tuvimos, seguía a tu lado sin querer conocer el mundo real que habitaba mi sombra porque no quería tampoco privarme del dolor que me causas, ni llorar por lágrimas perdidas.
Mi sombra en la ducha mientras mis narices recorren cada poro de tu piel por saber si sudas o sufres. Te retratas con tu aroma perfecto de alcoholes muertos, mientras ronroneas y rumias la hierba de anoche y puedo recorrer serenamente tu belleza. Mi sombra está lista y parte alejada del gozo hacia el mundo oscuro y perverso que habitamos sin vivir presentes, ni en el presente nuestro lejano. La parte de mi que se eriza sigue contigo y despierta.
Mi iris en tus pupilas ocultas como un mundo desnudo; olvido el placer e intento alcanzarte en el preciso instante que abres tus ojos de mujer secreta, la que eres y nadie contempla. La que ni yo mismo conozco como sabes de mí. Y me miras, sonríes. ¡No quiero conocer tus deseos, no me lo pongas tan difícil! Te imploro.
Tras aquella noche de sexo pactado con la perfección humana, la sonrisa y el morbo, con un profundo sentimiento de culpa por los orgasmos que nunca tuvimos, seguía a tu lado sin querer conocer el mundo real que habitaba mi sombra porque no quería tampoco privarme del dolor que me causas, ni llorar por lágrimas perdidas.
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